por Carlos Alberto Campos
Cuando se comercia con la fe, como lo hacen muchas religiones, el soborno se vuelve una forma de transacción casi necesaria. Una particular vía de acceso para sacrificar en el individuo la dignidad que sustenta su propia felicidad a cambio de la dignidad colectiva; del engrandecimiento del nombre de su raza, y del reconocimiento y la aceptación de sus actos, no solo en la vía pública sino en la interplanetaria (...en el cielo). La religión: obra del hombre que intenta asaltar y politizar la divinidad; que en busca de lo espiritual, lo transcendental y lo desconocido no logra despegar su mirada de aquello del mundo que tanto pretende evitar, es asaltada y puesta al descubierto una vez más frente a la pantalla, en medio de la sala oscura, esta vez con EL SOBORNO DEL CIELO, la más reciente película del veterano director de cine colombiano Lisandro Duque Naranjo.
Se trata del reciente largometraje escrito y dirigido por el cineasta vallecaucano, quien a la fecha de su lanzamiento (2016) cuenta con 73 años de edad y un recorrido por el cine y la televisión nacional con más de una veintena de productos en los que ha participado como guionista, director y montajista, así como asistente y productor asociado, destacando en su filmografía las películas Visa USA (1986), Milagro en Roma (1987), Los niños invisibles (2001) y Los actores del conflicto (2008). EL SOBORNO DEL CIELO es otra de sus producciones exitosas que enriquece la lista de historias muy propias de nuestro país, y que no abandonan la tendencia a conservar esa auténtica narrativa tan utilizada en momentos anteriores del cine colombiano; antes de que críticos y cinéfilos comieran el fruto del bien y del mal de la imagen, y vieran como un pecado del cine nacional, introducir en las películas algunos elementos muy propios de la televisión (no se tiene la fecha exacta de cuando sucedió esto; ¡yo me lavo las manos!)
En EL SOBORNO DEL CIELO veremos reflejados, en medio de súplicas y oraciones, premios y castigos, a tantos personajes que vienen a este mundo y sobre todo a este país a aprender a convivir en una competencia de reglas duras; cargas ideológicas pesadas de llevar, e imposiciones culturales que para algunas personas, como los artistas, terminan convirtiéndose en eso que los impulsa a buscar su propia liberación, no sin antes aprender a conocerse a sí mismos...
Durante noventa minutos, una parte determinante de la idiosincrasia colombiana se reúne en un pueblo del Tolima en la década del 60 para debatir, en medio de altanería y de obediencia, cómo se usurpa lo divino para volverlo terrenal y de paso se aprovecha para violar los derechos civiles que tiene cualquier persona. Encontramos en un joven escritor declarado ateo y su amigo oportunista; en una hermosa estilista viuda; en un tendero y su familia, la forma de soportar el soborno del cielo de un sacerdote que se niega a impartir los sacramentos hasta que no se cumplan sus exigencias (hay que ver la película para conocerlas). Escuchamos en la voz de personajes tan distintos entre sí, los motivos por los que visitan la Iglesia y lo que termina representando la religión en sus vidas; todo frente a un sacerdote, quien luego de imponerse a los feligreses los espera en una iglesia de puertas abiertas pero de sillas vacías.
Encontramos en una sociedad que no se rebela de forma colectiva, sino a partir de la iniciativa individual, otra manera de sobornar, esta vez, por el contrario, devolviendole el soborno a la iglesia -con tanto éxito por haber sido aprendido de ella misma-, donde al final, por gracia más humana que divina triunfa la tolerancia y la sensatez
En EL SOBORNO DEL CIELO veremos reflejados, en medio de súplicas y oraciones, premios y castigos, a tantos personajes que vienen a este mundo y sobre todo a este país a aprender a convivir en una competencia de reglas duras; cargas ideológicas pesadas de llevar, e imposiciones culturales que para algunas personas, como los artistas, terminan convirtiéndose en eso que los impulsa a buscar su propia liberación, no sin antes aprender a conocerse a sí mismos...
Durante noventa minutos, una parte determinante de la idiosincrasia colombiana se reúne en un pueblo del Tolima en la década del 60 para debatir, en medio de altanería y de obediencia, cómo se usurpa lo divino para volverlo terrenal y de paso se aprovecha para violar los derechos civiles que tiene cualquier persona. Encontramos en un joven escritor declarado ateo y su amigo oportunista; en una hermosa estilista viuda; en un tendero y su familia, la forma de soportar el soborno del cielo de un sacerdote que se niega a impartir los sacramentos hasta que no se cumplan sus exigencias (hay que ver la película para conocerlas). Escuchamos en la voz de personajes tan distintos entre sí, los motivos por los que visitan la Iglesia y lo que termina representando la religión en sus vidas; todo frente a un sacerdote, quien luego de imponerse a los feligreses los espera en una iglesia de puertas abiertas pero de sillas vacías.
Encontramos en una sociedad que no se rebela de forma colectiva, sino a partir de la iniciativa individual, otra manera de sobornar, esta vez, por el contrario, devolviendole el soborno a la iglesia -con tanto éxito por haber sido aprendido de ella misma-, donde al final, por gracia más humana que divina triunfa la tolerancia y la sensatez