Por
Carlos Alberto Campos
Saudó nos
atrapa, nos llama y nos seduce con sólo pronunciar su nombre. Nadie sabe dónde
queda; ni siquiera sabemos si existe, pero algunas personas, muy pocas, pueden
atravesar el límite entre lo que se mira con los ojos y lo que se descubre con
el corazón. Esa es la clave para llegar a Saudó. Nosotros sólo entramos a la
sala atraídos por Saudó; una palabra que le da vida a la nueva película del
director colombiano Jhonny Hendrix Hinestroza.
imagen de www.proimagenescolombia.com |
Luego de cuatro años desde
su último largometraje (Chocó, 2012), este chocoano nacido
en Quibdó, sorprende la oscuridad de la sala con una película de terror, que,
de repente, se convierte en un impensable tributo a las leyendas; a la piel; al
paisaje, a la música y a la sangre de la
raza negra. Un tributo a los espectadores del séptimo arte, que asistimos a las
salas en busca de historias habiendo olvidado que son las historias las que nos
encuentran a nosotros.
Saudó nos sacude con su
sonido, con sus rituales, con su enfrentamiento de sangre y lujuria; con la
pasión y el desenfreno del hijo que descubre la vida enfrentando en combate a su
propio padre; que sigue el destino de una tierra que se prolonga desde las
sentencias de una antigua bruja, que vive al mismo tiempo en el corazón de una
abuela y de una madre.
Para llegar a Saudó
y salir con vida hay que correr todos los riesgos, en especial los desconocidos:
hay que volver a buscar entre lo que se quiere olvidar, y tomar como hábito lo
imposible. Una tarea tan loable como hacer una película de terror en un país de
valientes y de violentos.
Larga vida al cine de Jhonny
Hendryx Hinestroza; a sus raíces y a las nuestras, que desde su mirada se
prolongarán tomando por asalto el dominio de las imágenes y del sonido.
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