LO QUE MATEO LE ENSEÑA AL CINE COLOMBIANO
Por
Carlos Alberto Campos Tapias
Aunque todavía tiene vigencia por estas tierras la discusión sobre la verdadera función, o mejor, la discusión sobre la utilidad del relato cinematográfico, se comenta en algunas aulas que al cine le es posible educar, y es claro que en muchos casos lo intenta; mientras que a la vuelta de la esquina gritan con total seguridad que el cine es solo un asunto de entretenimiento. Sea cual sea la mejor oferta que la discusión nos plantee, a la sala de cine nos acercamos con el tiquete en la mano, buscando por lo menos una cosa concreta: que la película nos entretenga. Sin embargo, también vamos como observadores conscientes: entramos a la sala tentados a encontrar algo que nos cuente con sus palabras, y no con las nuestras, eso que desconocemos de la vida. Asistimos a la función corriendo el riesgo que queremos correr: desafiar una pieza de arte audiovisual a que nos rete a descubrir alguna forma diferente de asumir la vida.

Mateo es la vida de un adolescente y al mismo tiempo la de una sociedad que está aprendiendo a descubrirse. A Abrirse paso en un mundo que por tradición parece invitar a pasar por encima de lo que sea y a 'eliminar' cualquier obstáculo sin importar a quien pueda afectar. Un mundo difícil donde la principal premisa es vivir de acuerdo al facilismo. Precisamente la película nos propone todo lo contrario cuando nos presenta a un joven a quien el destino, ese destino que acostumbramos culpar, le tiene reservada la violencia como modo de vida; pero también le queda otro destino: ese que cada uno de nosotros sabe que puede construir y que solo tiene lugar cuando somos capaces de tomar decisiones siguiendo el consejo de nuestro corazón. Mateo sin saberlo se convertirá en actor, y con ello aprenderá a vivir su propia realidad. Es impactante ver cómo el talento logra imponerse sin mayores pretensiones que la de ser lo que somos.

Quienes visitamos las salas de cine para ver a Mateo, con la expectativa de reconocer y apoyar la ópera prima de una nueva directora nacional, y con el interés de disfrutar una obra rodada en una locación tan cercana a la nuestra, y de apreciar la participación de algunos compañeros de nuestra etapa de formación académica, salimos del cine con los ojos muy abiertos, gracias a una experiencia que iluminó nuestros corazones. Su relato, su tratamiento, la calidad (y la calidez) de sus actores, todo el notorio trabajo de su equipo de producción; toda esa sensibilidad explorada y retratada en un lenguaje sencillo y directo, muy cercano al espectador, son de las muchas cosas más que me permito aplaudir, dejando claro que Mateo ha construido un lugar privilegiado en el mundo y en el, a veces tan cuestionado, cine colombiano.