martes, 5 de agosto de 2014

                                                            SIN "TIERRA EN LA LENGUA"


                                                              Por: Carlos Alberto Campos


Con palabras tomadas de sus propias vivencias, el cineasta colombiano, Rubén Mendoza, manifestaba al periódico El Espectador de donde viene el título de su más reciente película 'Tierra en la lengua': "Esa sensación me parece un fastidio del que hay que desprenderse", y lo decía recordando aquellos años de su infancia, cuando en el Casanare, acompañado por sus abuelos, era testigo de la impotencia y el dolor de los becerros que ayudaba a sujetar, para que un herrero marcara sus pieles con un hierro ardiente; los animales sacaban la lengua y la arrastraban por la tierra seca.

Y es que, si de vivencias se trata, para el director de 'La cerca' y de 'La sociedad del semáforo', fue fundamental la experiencia de su niñez en las bravas tierras del llano, lugar  donde toma forma este nuevo relato y sobre el cual considero, se trata de  una historia que  no valdría  la pena desfigurar con palabras; mucho menos con las de un cinéfilo. Por esto la única forma "legal" de entender esta saga es disfrutándola directamente de la pantalla.

Sin embargo, es para mi necesario aclarar que 'Tierra en la lengua' puede traer a la memoria de los menos jóvenes, esa sensación de temor y autoridad que los abuelos suelen (o solían) inspirar. En la película, casi como en la vida misma, ese temor y autoridad que infundieron algunos, y que para fines prácticos, nuestros padres nos acostumbraron a llamarle respeto, se complementan con la máxima expresión de ternura que acostumbran tener los ancianos al mismo tiempo. Esto lo sabemos todos los que somos o hemos sido nietos de alguien.

Esto es tan claro en 'don Silvio', el protagonista de la película, quien es el abuelo que ha vivido tanto que ya ni la muerte le asusta. Él es un vivo representante de la cultura patriarcal y machista que tanto sobresale en estas latitudes,  que en el caso concreto de Colombia, se acabó de formar en la escuela de la "época de la violencia" Son tantas las cosas que don Silvio ha hecho en la vida, que ahora tiene que dedicarse a las que va a hacer en la muerte. Por eso cree contar con sus nietos, los únicos que habrían de tener el talento para asistirlo con su intención de partir por su propia cuenta y que para lograrlo recurrirá a la tierna expresión del chantaje.


Pero sus nietos tienen su propio talento, tanto como para hacer un homenaje al "combatiente revolucionario armado" que se empeña en manchar con sangre los designios de la historia. El nieto de 'don Silvio' interpreta una canción frente a unos subversivos que visitan a su abuelo para extorsionarlo, y con el más sentido de los respetos por la causa, los invita mejor a ocuparse de los placeres del amor y de la carne: una forma distinta de ver la guerra. Estos muchachos no se parecen mucho a su abuelo, pues aunque para él, con un poco de sinceridad serían unos "buenos para nada", para quienes estamos al margen de justificar los comportamientos violentos, ellos son la diferencia;                                                                                         además, son unos "artistas".


Tierra en la lengua es una historia que marca la diferencia. Es el principio del fin, pienso. Es una forma de anticipar lo que ha de ser el último capítulo en la vida de aquellos que se creyeron dignos de heredar una guerra. Una guerra que se extiende desde los rincones más incomprensibles de la política, la economía o la religión, hasta las mas entrañables situaciones familiares donde era un "deber" golpear a la mujer o a los hijos.

Puede que la violencia no termine nunca y que, como dicen por ahí, siempre haya existido. Pero la vida de 'don Silvio' termina de la misma forma en la que adquirió su sentido. Eso sí, con todo el absurdo del mundo que puede tener empuñar un arma. Mientras tanto, sus nietos y algunos otros  talentosos "desocupados", grandes e incapaces jóvenes artistas, quedan en la tierra sin la menor intención de derramar más sangre y sin siquiera saber que será de sus vidas. Afortunadamente.

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