Por Carlos Alberto Campos
Cuando la pantalla deja de ser solo un medio para
contar historias, la luz y la oscuridad; el silencio y el sonido, son capaces
de provocar nuevos y diferentes latidos en el corazón de cualquier espectador.
Quien momentos antes, era solo una parte del público, ahora -frente a la
pantalla- se entrega y se vuelve cómplice de una obra de arte.
El cine es un arte contagioso, en el que ciertas
películas logran disolver las fronteras de la percepción en un individuo o un
colectivo. Y cuando lo hacen, sus repercusiones trascienden los heredados
reinos del conocimiento y nos impulsan a avanzar -ya no guiados por la mano de
alguien más, como en la época escolar-, sino a través del vivir un mensaje
claro e íntimo, aunque no absoluto, que la película trae consigo. La madurez de
un cineasta pone al descubierto la inmadurez de un espectador, y al revés.
Alejandro Landes (Imagen de semana.com) |
Monos es el tercer largometraje de Alejandro Landes, director
colombo-ecuatorino, nacido en Brasil. Después de su documental Cocalero
y de su afamada Porfirio, Monos es una película grande,
trascendental y universal. Lo que puede ser el resultado de las diversas nacionalidades
involucradas en el proyecto, no solo por parte de su director, sino también de
su elenco actoral y de su equipo técnico. Monos logra lo que recientemente
ninguna otra película colombiana ha logrado, y es invitarnos a descubrir la
naturaleza de nuestros miedos, nuestros instintos y nuestros apetitos, como el
camino a seguir para redimensionar nuestra percepción de la guerra, a través de
códigos, lenguajes y simbolismos poco explorados en nuestra cinematografía,
cuando se tratan estos temas.
(Imagen de caracol.com) |
El juego y la obediencia hacen parte del mismo ritual en
un grupo de niños que se preparan cada día para enfrentar un enemigo que parece
invisible. Un enemigo que sólo es capaz de destruirlos; de superarlos con
bombas y disparos, y que cuando los tiene muy cerca -y lejos del combate- no
sabe qué hacer con ellos. La selva se convierte en su casa segura, donde se
cultivan ideales y donde también se baila, se alucina y se deleitan los ‘frutos
de la tierra’, intentando lidiar con la crueldad que desde ese lugar se gesta,
porque hasta el momento no hay otro terreno conocido, ni otra forma de
sobrevivir.
Monos es un grupo de combatientes que no se parecen a lo que
creemos. Sus rostros y sus formas de ser los asemejan más a las personas de la
ciudad, a sus hijos o a los del vecino. Desde allí nace la confusión que se
transforma en sorpresa a lo largo de 145 minutos de película, donde luces y sombras;
silencios y sonidos, le apuestan a trastocar los sentidos del espectador,
sacándolo de su comodidad para darle la oportunidad de hacer parte de un relato
donde se es víctima y victimario al mismo tiempo. Un espejo primitivo de la
realidad interna de cualquier espectador, que sólo la pantalla de cine puede
lograr con la complicidad de la sala oscura.