por Carlos Campos
"Aprende a sabotear los cines" fue una de las frases del testamento implícito que Andrés Caicedo escribió al final de ¡Que viva la música! y que el director caleño, Carlos Moreno, siguió con mayor fidelidad para hacer su propia desadaptación de esta novela en la gran pantalla.
Fotografía de elpais.com |
(Des)adaptar una novela a la que muchos, -no todos- consideran una obra maestra, que por supuesto tiene sus méritos en la historia de la literatura colombiana, no ha de ser una tarea fácil para ningún director. Desde el más experimentado; el que despierta mayor fervor entre espectadores, conocedores o desprevenidos, o el más osado de los desconocidos, tendrá en sus manos una labor que suele confundir a las mayorías: a veces se espera que una película que se basa en un libro sea un retrato vivo que permita redescubrir lo que el texto ya mostró. Ninguna gracia tendría considerar así una adaptación.
Por el contrario, atreverse a contar de nuevo y bajo otras formas un relato ya conocido, que ha despertado tanta devoción entre sus seguidores, es quizá una mejor forma de hacerle un homenaje a la obra literaria que se adapta, o como en el caso del director Carlos Moreno, una obra que se desadapta. ¡Que viva la música!, la película, se desadapta de principio a fin, y su autor, quien desde 1974 ya no está con nosotros, sería el testigo omnipresente de este sabotaje en lenguaje audiovisual; que ni su propia genialidad -la que conservaría en la época en que escribía sus obras-, le permitiría suponer en qué tipo de película se intentaría mostrar lo que fue su novela.
El director Carlos Moreno (fotografía de elpais.com) |
Paulina Dávila, la protagonista (imagen tomada de semana.com) |
Guillermito y Clarisol Lemos |
Carlos Moreno junto a Dínamo Producciones, acompañados por el legendario Gullermo Lemos (uno que sí conoció y fue amigo de Andrés Caicedo) Eduardo "la rata" Carvajal, el foto fija de la película (otro del parche), David Guerrero (pupilo de Carlos Mayolo) y un reparto de actores con papeles protagónicos, cuyos nombres no alcanzaría a mencionar pero que también hicieron lo mejor que pudieron -como en una gran familia-, tomaron la mítica novela y con ella hicieron lo que mejor saben hacer: cine. ¡Qué viva la música! es de esas películas que cuando se estrenan, uno quiere volverlas a ver, y por la que se confirma, sin necesidad de pretender verdades absolutas, que Caliwood es, además de lo que fue en los años 70, un legado que se mantiene en el presente con una lista de directores y productores vallecaucanos que ya han dado mucho de qué hablar y mucho para mirar desde, por lo menos, los últimos 10 años.
¡Que viva la música! mantiene las emociones desde el principio hasta el final: recurre a la acción, al romance y a la violencia en dosis similares, logrando construir una nostalgia viva que se inserta entre los ojos del espectador gracias a una gustosa fotografía y una propuesta de arte que integra ambientes y elementos de distintas épocas. Aciertos técnicos y narrativos que cualquiera puede experimentar, conozca o no la obra de Caicedo, y que todos, especialmente los vivos tienen el derecho de compartir; de comentar y si les apetece, de destruir, como lo hizo Carlos Moreno por medio de su talento: con una película no apta para cierto tipo de egos, ni para un artificio "caicediano" que algunos pretenden defender con poca genialidad y muchos reclamos...
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