Por Carlos Alberto Campos
Doce años atrás, Víctor Gaviria
presentaba su tercer largometraje avivando esos atributos negativos que, a
juicio de “la mayoría”, su obra le había insuflado al cine colombiano. Pasó más
de una década desde que Sumas y restas llevó a las pantallas
la cotidianidad de los negocios “torcidos” de Medellín de los años 80; luego de
que La vendedora de rosas, a mediados de los años 90, nos había
mostrado el porvenir de una niñez sin derechos, seguida de su primera aparición
en la gran pantalla con Rodrigo D no futuro y los cantos de
una juventud condenada a la muerte prematura. Víctor Gaviria reaparece en 2017
con La
mujer del animal, una película que al igual que sus predecesoras desafía
la mirada y los comentarios de ajenos y espectadores,
obligándonos a mantener la vista frente a una pantalla que -en el caso de su cine- no fue diseñada para soñar
sino para enseñarnos a reflexionar a partir de un mundo que desconocemos, que
nos incomoda y que nos negamos a aceptar.
"Amparo" (imagen tomada de radionica.rocks) |
La mujer del animal está
basada en hechos reales y concretos, aunque por momentos uno no pueda creer que
sea cierta tanta violencia de género y que una mujer no sea capaz de reaccionar
y buscar alguna salida para su martirio. La mujer del animal está protagonizada
por actores naturales, aunque uno no termina de asombrarse al ver todo el
profesionalismo que consigue Gaviria con habitantes de las comunas de Medellín;
actores que encarnan a personajes que parecieran haberlos dotado de vida y no
al contrario. Es tal la precisión y el desarrollo consecuente de este drama que
uno termina apasionándose con la forma de ser de cada uno de sus protagonistas,
tanto de héroes como villanos. La mujer del animal no es sólo una
película: es un manifiesto descarnado de lo que le puede pasar a una mujer, de
cualquier edad o condición social, en un mundo que la impulsa o la obliga a “ser
la mujer de alguien”.
Víctor Gaviria (imagen de Publimetro.co) |
Víctor Gaviria regresa a sus
espectadores fortaleciendo el compromiso social de su narrativa que, sin lugar
a dudas, generará otro avance para el cine colombiano, justo cuando el mundo ha
diversificado sus formas de expresión y el boom mediático pareciera haberse
fusionado con la participación. Hoy en día muchas personas pueden reclamar,
hacer ruido y exigir que se respeten sus derechos incluso de forma viral y
tendenciosa. No obstante seguirá existiendo esa gran cara de la sociedad que no
conoce ni de derechos, ni de dignidad, ni de medios y que, en consecuencia, a
la misma sociedad no le gusta premiarle con la falsedad de su simpatía, pero
que, gracias al cine que hace Víctor Gaviria, tenemos la oportunidad de
acercarnos un poco más a ella. Valió la pena esperar su más
reciente película.