CARTA A UNA SOMBRA
(Análisis por Carlos Alberto Campos)
En Colombia existe cierta
tradición que enseña a creer que las personas que asumen como propios los
problemas sociales, que piensan y actúan motivadas por el bienestar colectivo,
representan un inconveniente y hasta una amenaza hacia la amañada gestión que
se establece como única y oficial cada vez que la bandera de cualquier color se
ondea para llevar las riendas del Estado. Suelen suponer quienes piensan de
esta manera, que estas personas no deberían compartir su mismo territorio, mucho
menos cuando aquellos hacen públicos sus inconformismos, sus temores y sus dudas;
eso es lo que algunos hacen creer desde el ejercicio del poder, valiéndose
entre otras ayudas, de la voz de quienes ya convencieron de esta doctrina. Es
la política mal entendida.
Esta particular forma de difundir el conocimiento
social se entrega y se recibe como herencia entre los pueblos que pretenden su
desarrollo sin tener clara la utilidad del saber; entre quienes confunden el
poder con la capacidad de destruir lo que no les ha de convenir; casi siempre
dirigidos por seres que se preparan con precisión matemática para descontar del
bien común el bien propio e individual, mientras se permiten reinar en una
nación dividida por excelencia.
imagen de www.udea.edu.co/ |
La película documental recientemente
estrenada en las salas de Cine Colombia, CARTA
A UNA SOMBRA, permite compartir durante más de una hora las impresiones de
una familia colombiana que en el pasado fue víctima de la intolerancia y de la
maldad propiciada por este sistema de relaciones sociales: la familia de don
Héctor Abad Gómez, su esposa, sus hijos y muchos a quienes en vida ayudó, que
seguramente le estarán eternamente agradecidos. Esta familia, como tantas en el
país, ha tenido que aprender a reconstruir su propia memoria con la intención
de lograr un auténtico perdón. Algo que, aunque difícil, no ha de resultar
imposible; más aún cuando se trata de
voltearle la cara a la violencia; una actitud necesaria para no ser nuevamente víctimas
ni mucho menos victimarios; una forma de salir triunfantes de ese mundo absurdo
al que de alguna forma se nos ha obligado a pertenecer a todos los colombianos.
Seguramente muchos saben quién
era don Héctor Abad Gómez, otros lo conocieron desde la narrativa de su hijo Héctor
Abad Faciolince en el libro El olvido que
seremos, y otros lo pudimos encontrar al escuchar su voz en este sentido homenaje que le hace
el documental dirigido por su nieta, Daniela Abad y por Miguel Salazar.
Daniela Abad imagen de www.jetset.com.co |
A don Héctor Abad Gómez le
advino la tragicomedia del pensador: el que aprende a pensar, piensa distinto.
Desde temprano decidió convertir la medicina en
algo más que un prestigioso
consultorio, un nombre o un estatus social. Por eso, convirtió su saber en investigación para la sociedad y su ejercicio
en activismo político. No se detuvo a hacerle la venia a ese progreso, que desde entonces, como ahora,
caminaba de la mano con la indiferencia hacia las cosas verdaderamente
importantes, como preservar la vida y darle a todos los seres condiciones
dignas para hacerlo.
Imagen de yoamoacolombia.blogspot |
Don Héctor Abad Gómez no dejó
que el temor hacia los que predican el amor pero que administran la crueldad,
lo detuvieran. Tuvo que enfrentar el facilismo de quienes propician que germine
la ignorancia; cuyo discurso no va más allá de
alzar la voz para señalar al que
actúa diferente, y llevarse todos los aplausos. Ni siquiera fueron suficientes
las ideologías que desde entonces se instauraron en el imaginario de los
colombianos para poder entender a don Héctor Abad a quien desde las filas
conservadoras lo veían como a un comunista, e irónicamente, desde las filas
comunistas lo encontraban como un hombre bastante conservador. Y es que tal
confusión solo es posible cuando estas dos ideologías tienen en común el
bárbaro actuar que infligen cuando utilizan las vías de hecho. Es así como la
izquierda y la derecha convergen en un mismo camino que se ha prolongado hasta
llegar a nuestros días en los que, además, la política se hace no tanto con
ideas, sino que se gestiona con mañas y negociadas estrategias en
"fórmulas" de tarjetón.
Escribirle una carta a una
sombra es un gesto fraternal que se traduce en la capacidad de aprender a
entender y a vivir con lo insoportable; a habitar con ello aunque se piense distinto y se actúe sin
la intención de ser otro cómplice silencioso de los crímenes políticos que
ejecuta la democracia falsamente vestida de seguridad. Se necesita madurez para que la sabiduría encuentre lugar
entre los hombres. Vivir y dejar vivir es aprender a aceptar que se puede estar
tan equivocado como tener medianamente la razón y que ambas situaciones, por
contrarias que parezcan, no deben llevar a nadie a buscar un ganador absoluto a
punta de disparos, ni de calumnias, ni de propaganda oscura.